Yo no le lloro al enemigo

Por Lohana Berkins

Hebe de Bonafini cuenta la historia que le dio un sentido revolucionario a la palabra “Madres” y habla de sus proyectos, que incluyen a todos y todas en la búsqueda de una vida en donde la justicia no consista meramente en distribuir polenta y consejitos.

Es un viernes bastante acalorado en la ciudad de Buenos Aires. Después de la locura de la inmensa tormenta que presagiaba hacer desaparecer a la ciudad Pro, nos encontramos en la Asociación Madres de Plaza de Mayo para la entrevista con Hebe de Bonafini. Ella, una mujer que se ha convertido en un ícono de la defensa de los derechos humanos, presidenta de la asociación que cuestionó los fundamentos mismos de la sociedad a través de su búsqueda y reclamo de justicia por la desaparición de sus hijos.

Una sociedad que terminó convirtiéndola, a ella y sus compañeras, en madres de muchos hijos e hijas que aún no se quiere ver ni reconocer, y que están marginados y marginadas; tra- vestis, mujeres en situación de prostitución, pacientes del Borda, habitantes de las villas, todos y todas están hoy nucleados/as en torno al proyecto actual de las Madres de Plaza de Mayo.

“Mi marido un día me dijo: “¿Te vas otra vez?”; entonces yo le dije: “Mirá, yo me voy a ir todos los días que sean necesarios; maridos se pueden encontrar en la calle, pero hijos no”.

La cita es a las 15.30 en un departamento que está dentro del edificio donde funciona la librería, el bar y la Universidad de la Fundación Madres de Plaza de Mayo (Hipólito Yrigoyen 1584, frente a Plaza Congreso). Tocamos timbre a la hora convenida y rápidamente somos recibidas cariñosamente por una de las madres, quien inmediatamente nos comienza a mostrar el lugar.

Es un largo pasillo lleno (llenísimo) de vitrinas a ambos lados, en las que se encuentran los regalos que, desde todos los lugares imaginables del mundo, les fueron obsequiando en señal de gratitud y respeto. Hay desde esculturas hasta carteras (por ejemplo, una rectangular de cuero negro reluciente, muy elegante tipo baguette, que tiene a su lado una tarjeta que dice: de Raúl Castro para Hebe).

Al final del pasillo, hay un salón comedor (con un gran aparador de madera y todo) donde las madres se reunen. En ese momento escuchamos la voz potente de Hebe que nos llama, dice que la entrevista será en su oficina (que está en la mitad del pasillo), así que damos la vuelta atrás. Cuando la vemos, nos hace señas con la mano para que pasemos; ella está discutiendo por teléfono. Dice que no les dará una nota a los que llamaron, que no es un medio serio porque al final no publican sus declaraciones sino lo que a ellos se les ocurre, que siempre hacen lo mismo así que “que no insistan”.

Mientras, miramos una pared llena (llenísima) de fotografías enmarcadas, en las que aparecen las madres con diferentes líderes mundiales (Evo, Chávez, Correa, Lula, los Castro, el ex presidente Kirchner, la presidenta Cristina…). Hasta que escu­chamos a Hebe decir: “Bueno les tengo que cortar, que me están esperando periodistas de un medio que es realmente serio -no como ustedes- y que me van a hacer una entrevista larga, en profundidad”, exclama y corta el teléfono.

“Eran de un diario para que opinara sobre la Pando en la Catedral”, nos informa. Nos sentamos, prendemos nerviosas dos grabadores, por si uno falla, y empezamos. En realidad, empezó ella.

-Seguramente lo has contado muchas veces, pero la idea es que todas las compañeras que leen El Teje empiecen a conocer tu historia y la de las Madres como símbolo de la lucha de los derechos humanos.

-Al principio nosotras no marchábamos. Nos juntábamos tempra­no en la Plaza de Mayo porque después nos perseguían mucho.

Al comienzo nos sentábamos en un banco: allí nos contábamos qué nos pasaba. Azucena decía: “Bueno, si tienen alguna denun­cia, tráiganla”. Pero no había nada muy formal. Y así nos fuimos juntando hasta que fuimos muchas. La primera vez fue el 30 de abril de 1977, y para el mes de junio vino la policía, nos pegó con los palos y nos dijo: “Caminen”. Entonces, nos agarramos del brazo y empezamos a caminar. La policía nos llevó alrededor del monumento a Belgrano. Para la gente que no conoce, el monu­mento a Belgrano está frente a la Casa de Gobierno, pero noso­tras queríamos ganar el centro de la plaza, así que la peleamos bastante hasta que llegamos alrededor de la Pirámide. Marchamos tomadas del brazo de a dos, al revés de las agujas del reloj. Entonces empezamos a ser muy golpeadas y muy per­seguidas porque el movimiento, a partir de que había más des­aparecidos, crecía. Y al crecer, hacíamos mayor coacción. A fin de año, secuestraron a las tres mejores madres: Azucena, Mary y Ester. Azucena Villaflor, que venía de una familia peronista muy combativa; Ester Balestrino de Careaga, que venía huyendo de la dictadura paraguaya; y Mary Ponce, que participaba de las reu­niones de los curas tercermundistas en la Iglesia de la Santa Cruz. Y el movimiento -que tenía 200 madres-, se redujo otra vez a un círculo muy pequeño, porque nadie quería ir a la plaza. Pero muchas nos pusimos firmes y dijimos: “Bueno, ahora tene­mos más razones porque ahora no sólo tenemos a los hijos des­aparecidos, sino a las madres”.

¿Qué pasó en la familia de cada una de ustedes cuando supieron que tenían hijos, hijas detenidos desaparecidos?

-Hubo familias que no te miraron más ni vinieron más a tu casa porque pasabas a ser terrorista. Hubo otras que acompañaron. Hubo maridos que se pusieron muy en contra, que no querían que sus esposas fueran a la plaza. Porque fijate que somos una generación donde la mujer lava, plancha, cocina, quiere a sus hijos, ama a su marido y está todo el día mirando novelitas, escu­chando la radio y cociendo o tejiendo. Entonces de repente no estar en todo el día, dejar la comida en la heladera para que el marido se la caliente, fue tomado como un abandono de la casa.

hubo maridos que entendieron enseguida y maridos que no. Mi marido un día me dijo: “¿Te vas otra vez?”; entonces yo le dije: “Mirá, yo me voy a ir todos los días que sean necesarios porque maridos se pueden encontrar en la calle, pero hijos no”. Entonces mi marido me dijo: “No me digas eso, no me digas eso”. “Bueno, te lo tengo que decir por la pregunta tuya. Entonces ayudame participá, llevame, traeme, cuidá la nena, atendela”. Y así enten­dió y en mi casa se hicieron las reuniones, todo. Mi marido siem­pre iba a buscar a todas las madres con el auto, las llevaba de vuelta a su casa. Bueno, participaba de la manera que podía.

Pero otras madres todavía hoy tienen que avisar al marido si llegan diez minutos tarde. Yo no les echo toda la culpa a los mari­dos, a veces las mujeres no dan el portazo que tienen que dar.

-Eso fue al principio. Pero cuando te convertiste en Hebe de Bonafini ¿la postura de tu familia cambió?

-No, no, porque siempre mis posturas fueron muy polémicas y la familia lo que menos quería era entrar en la polémica. Sobre todo la familia de mi madre, que es muy facha. El sobrino de mi mamá -o sea un primo hermano mío-, participó de la patota que secuestró a mi hijo, así que imaginate si voy a pretender que la hermana de mi madre entienda. Ella podía entender que el hijo hiciera lo que hacía y eso dividió a la familia. En cambio, la fami­lia de mi padre siempre se ocupó. No venían, pero me llamaban por teléfono, y a mi casa no se venía porque era una casa mar­cada. Había una pintada que decía: “Madre terrorista”. Y yo nunca la quise tocar porque si era la pintura del enemigo, que el enemi­go la saque. ¡Si para el enemigo soy terrorista, quiere decir que estoy en el buen camino!

-Y tu proceso de haber sido una mujer que limpiaba y cocinaba a una mujer que ocupa el espacio público con una voz tan fuerte ¿cómo fue?

-Es como crecer. Vos no te das cuenta, pero te vas comprome­tiendo cada vez más. Yo entendí mucho a mis hijos y participé en muchas cosas de ellos y entonces ya tenía…

-Como una noción…

-Sí, y eso hizo que fuera creciendo. Me costó mucho leer y rea­firmar las convicciones; sigo leyendo. Hace mucha falta reafir­marse en lo que una dice. Bueno, también socializamos la mater­nidad, nos hicimos madres de todos, reivindicamos la lucha de los hijos, hablamos de la guerrilla, hablamos de la revolución, empezamos a entender la lucha de los compañeros y un montón de otras cosas.

-El otro día en un curso que estábamos dando acá, en la Universidad de las Madres, un curso sobre periodismo y género, una compañera colombiana muy emocionada me comentó que estaba sorprendida con la diversidad. Había travestis, compañeras de AMMAR (Asociación de Meretrices de Argentina). Eso, ella no lo había visto antes.

-Siempre quisimos hacer una cosa más amplia, y el trabajo en Madres nos dio la posibilidad de llegar al barrio, de entender -sin tener que preguntar- si alguien había estado preso, si había matado, si había robado. Le dábamos trabajo y chau, lo mismo si se trataba de una prostituta. Y eso algunos profesores lo cuestio­nan, pero igual lo vamos a seguir haciendo, porque las madres tomamos decisiones pese a todo y contra todo. A veces a la izquierda y a los intelectuales les cuesta entenderlo. Pero noso­tras no nacimos para que nos entiendan los intelectuales. Nosotras nacimos para que la gente sufra cada vez menos, para que sepa cuales son sus derechos.

-Vos tenés relación con grandes líderes de la izquierda latinoamericana. Cuando estás con ellos y aparece el tema de la diversidad o de la despenalización del aborto, que no han tenido nunca en cuenta ¿se producen debates?

-Hay países donde estos temas están naturalizados, países donde todavía no se habla. Algunos líderes de izquierda recién ahora tienen el poder, recién ahora están discutiendo. Yo creo que la derecha ha ganado mucho terreno en el tema del aborto, los travestis, la sexualidad, la prostitución. Pero hablar con la dere­cha o con la Iglesia es como hablar de los milicos. Son tan fachos, son tan reprimidos.

¿Las Madres tienen en este momento un proyecto de viviendas?

-Sí, en varios lugares. En el Chaco, vamos a hacer 2500 vivien­das y 6 escuelas dentro del proyecto nuestro de urbanización. A la primera casa la hicimos en Chaco, luego de que Nilda Garré firmara que los terrenos del Ejército pasaban al gobierno del Chaco para que la gente que ya está trabajando las tierras, los agricultores, se puedan quedar. Las demás serán para todos.

Nilda Garré se jugó, porque te imaginarás que los militares no están muy contentos. Lo hacemos con el plan general pero den­tro de lo que las Madres planteamos: que sea un proyecto inte­gral, para que la gente se capacite, para que trabaje en blanco, que esté agremiada y aprendan cuáles son sus derechos. Y que haya escuelas, que todo esté urbanizado, que haya calle, que se limpie, que tengan luz, que tengan cloacas, que tengan gas, que tengan todo. Y no viviendas tiradas por ahí, al boleo.

¿Y Territorio Madre?

Ese es un proyecto para formar 10.000 puericultores para ir a los lugares más lejanos donde la gente no tiene mucha idea del cuidado de los niños. Es para formarlos en primeros auxilios, en puericultura -desde la higiene hasta el cuidado. A lo mejor un chiquito no se para bien y la madre no tiene medios como para darse cuenta, y eso es solucionable.

¿Cómo fue el desembarco de Madres en la ESMA?

Muy lindo. En mayo, y durante todo ese mes va a haber espec­táculos, exposiciones de pintura. Y en junio van a empezar los talleres. Ya en 2009 lanzamos con todo: con el Espacio Cultural Nuestros Hijos. Queremos que para 2010 eso sea una escuela de artes y oficios que tenga que ver con esta universidad.

-O sea que la universidad va a seguir funcionando acá.

-Allá va a haber dos carreras o tres, pero fundamentalmente va a ser un centro. ¡No! Centro decían los milicos. Espacio Cultural, donde entre todo, hasta la cocina. Porque yo ahora estoy estu­diando las formas de cocinar con lo nuestro, por ejemplo con la algarroba. Ahora me compré un montón de cosas para empezar a trabajar el centeno y el integral que no son fáciles de amasar o de hacer con esas harinas. Y me compré unas lentejas muy chi- quititas para hacer hamburguesas de lentejas. Todo el tiempo estoy inventado, porque como yo tengo que hacer régimen, entonces me gusta la comida como forma de expresión. Me gusta cocinar, me despejo porque mientras cocino escucho músi­ca. Yo tengo mucho trabajo y suelo estar muy tensionada, y coci nar me hace olvidar de todo y me pone contenta. Las plantas y la comida para mí son parte del amor que uno le puede dar al otro.

¿Y cómo es Hebe fuera de toda la visión política y de su vida pública?

-Tengo una vida personal más pequeña con mi hija, que me ayuda mucho, y a quien también quiero mucho. Yo voy una vez por semana a mi casa de La Plata y cenamos juntas. El fin de semana ya me quedo a almorzar y a cenar. Ella vive cerca de mi casa pero vive sola. Lo quiero mucho a Sergio (Schoklender) y a mi nieto. No tengo mucha vida de familia porque estoy muy atra­pada, más que atrapada estoy apasionada. Esto es como cuando una se pone de novia y es muy jovencita.

-El primer amor.

-Yo siempre cuento cómo me ponía en la puerta de mi casa para verlo entrar a mi novio que estaba a una cuadra, y desde lejos me hacía así con la mano. Bueno, tengo la misma pasión. No sé cuánto tiempo tengo de vida pero vivo apurada porque quiero hacer muchas cosas y tengo muchos proyectos. No puedo decir que esa no sea mi vida. Esa es la pasión de mi vida, y después está lo otro más pequeñito, lo familiar, que también me gusta. Me gusta escuchar radio, ir al cine, al teatro.

¿Y cuál sería el sueño de Hebe mujer?

-Tener nietos. Mi hija quiere adoptar dos niños. Ya hizo todos los trámites. Así que estoy esperando con mucha ansiedad que le den esos hermanitos que ella ha pedido. Los trámites son largos. Ojalá que se los den rápido porque los niños necesitan y nosotros también los necesitamos. Los estamos esperando.

-Además ¡tan lindos que son los niños!

-A mí me gustan mucho, tengo mucha paciencia. Me parece que es la parte más hermosa de la vida.

-Cuando yo me conecté con las Madres, quizás fue muy atrevido de mi parte, pero me identifiqué con sus historias. En nuestras vidas personales también sufrimos el desprecio familiar y social, el hecho de haber sido llamadas siempre con un mote. Y nosotras, encima, pasábamos por mala gente. ¿Cómo hiciste vos todo ese proceso personal? Porque hoy Hebe es una cosa, pero en su momento les decían de modo peyorativo hasta que tenían hijos “subversivos”.

-Yo empecé a entender mucho a mis hijos; y en la medida que empecé a entenderlos, vi la responsabilidad que tenían y lo que significaba para mucha gente ser una guerrilla revolucionaria. Entonces decidí que había que reivindicarlos. Y así cuando mi hijo me decía: “Mirá mamá, hay un pibe que está guardado porque lo persiguen, hay que llevarle la comida”, yo iba. Después tenía que hablarle a la madre para que supiera que el hijo estaba bien, o ayudar a chicas que tenían que ir a una reunión en una plaza, o a vaciar una casa, o a cambiar a una piba de lugar. Un día me acuerdo que cambié a una piba. Le mudé la casa -lo poco que tenía- a un vagón de tren. Yo siempre pensaba en todo el esfuerzo que hacían los chicos por luchar para otros. Por eso siempre digo que nunca un revolucionario es terrorista, nunca. Cuando muere mi hermano, que muere a los ocho días de que se llevaran a mi hijo Jorge, le dije a mi tío que me deje ir con unos compañeros a un negocio que él tenía, y me dijo que no. Entonces, yo le dije a mi mamá: “Mirá, hoy enterramos al Negro y también lo enterré a tu hermano, así que el día que se muera, no me llamés”. Y así fue. Porque me dije: “¿Cómo? ¿Mis hijos eran bárbaros hasta que se los llevaron?”, porque como mi hijo mayor era un científico, estaban todos chochos. Pero cuando se lo llevaron, ya era terrorista. Así que yo enterré a toda la familia mucho antes de que se muriera. Tuve que tener mucha fuerza, pero así lo hice porque una también se puede armar la familia que quiere, que es la otra, la que te quiere, la que te entiende, la que te comprende, la que acepta tus decisiones, que te respeta como ser humano. Así se le da otro carácter a la maternidad. Porque para nosotras la maternidad fue otra cosa: no solamente haber parido al hijo el día que nació y haberlo criado. Fue una maternidad revolucionaria, totalmente transformadora, que no aceptó los cánones de esta sociedad. Nunca nadie nos vio llorar porque eso es lo que quieren muchos, que lloremos, que supliquemos “¡pobrecitas las madres!”, que vayamos al cementerio. Nada, ni cadáveres, ni muertos, ni huesos, ni gotas de sangre, ni antropólogos norteamericanos. Nosotros dimos la vida y por la vida es que peleamos.

-¿Entonces nunca lloraste?

-Sí, pero no le lloro al enemigo.

-¿Y cómo ves que haya una presidenta mujer?

-Es importante, pero también no cualquier mujer, porque si venía María Julia Alzogaray más valía perderla que encontrarla.

-¿Y esto de que Macri sea Jefe de gobierno de la ciudad?

-Es peligrosísimo.

-¿Vos creés que él puede crecer más?

-No, porque no le da ni para ser presidente de Boca y entonces, ¿qué va a hacer?

-¿Qué te gustaría decirles a las compañeras que te leen?

-Que se hagan respetar, que peleen por lo que decidieron ser en la vida, que no se sientan disminuidas, que a veces una tiene que ser un poco prepotente para que el otro se de cuenta de que existís. Si no decidís defender tus derechos, ¿qué tenés como persona y como ciudadano?

-¿La rebeldía?

-Por ahí la gente no es tan rebelde, porque ser rebelde cuesta. Tenés que patear puertas todo el tiempo. Decile eso a tus compañeras: que ojalá sean todas rebeldes.