¡¡¡Gracias!!! ¡¡¡Muchas gracias!!!

Por Marlene Wayar

Para esta segunda editorial de El Teje, sólo conseguimos encontrar el agradecimiento y su manifestación más convencional.

Nada es comparable a ese sentimiento que nos conmueve todo el ser al punto del llanto epiléptico; ha sido inconmensurable la respuesta que tuvimos, seguimos teniendo, y que ya nos manifestaban incluso antes del lanzamiento del primer número. Y ha sido caótico, se disparó en mil direcciones y desde cada una de ellas vinieron las respuestas.

Gracias al Centro Cultural Ricardo Rojas y al personal directa e indirectamente involucrado; ha sido la primera institución que nos ha confiado la gestión de un proyecto.

Gracias a las/os compañeras/os de ruta en la militancia y el campo social por el cariño manifestado.

El aplauso de pie a la propuesta escénica de la presentación de El Teje fue demostración de ese cariño, con la histórica sala Batato Barea avasallada y mucha gente amiga sin poder ingresar porque se colmó cada rincón del Centro Cultural (ver aparte).

Gracias a Laura y Kike, por permitirnos que, a través de un video, se escuchara la potente voz de dos travas, Andrea Cepeda y Ana Cucillo, y de una travita adolescente, Brenda. Ellas fueron haciéndose palabra escrita en ese primer número de El Teje, historiándose, a ellas y a toda la comunidad, desde la memoria infante en la que se acordaban de sus mamás totémicas, perennes a pesar del resentimiento que se les había impuesto de formas diversas: policía, crímenes de odio, prostitución, sida, olvido. A pesar de tanto vínculo roto, era inquebrantable su resistencia hasta la hora de devenir ellas mismas mamás, como lo hacen siempre que aparecen nuevas niñas que

-como Brenda- piensan que si hasta el momento han tenido suerte, ya se les va a acabar.

Julián Gorodischer nos colocó en «medio» de Página/12; Sole Vallejos en Las/12; Diego Rojas, en la revista Veintitrés, y Patricia Kolesnicov y Diego Erlan, en Ñ, desencadenando el primer aluvión de saludos y felicitaciones de gente que nos conocía de otras circunstancias. ¿Cómo agradecerles a todos/as?

Es imposible contabilizar tanta repercusión: nos escucharon en la radio de Las Madres, en La Tribu, la Rock and Pop, la radio de la UBA, radio Sónica. Hubo dos necios que no entendieron nada, un oyente y un profesional de los medios: Rolando Hangling. Señor: nadie es lo que NO dice ser, menos aún lo que usted dictamina que es, ser puto (como diría La Perlonguer) es una identidad barrosa; y todo el que anda en el barro deja huellas y se lleva algo encima, pero no se convierte en barro.

La Mega fue la más relajada. Claro, tenemos códigos en común, y de ella y con ella hablamos en las páginas centrales de este nuevo número de El Teje.

Gracias a Las locas como tu madre y Luis Cruz de «Sin Nomenclatura»

Gracias a Jorge Guinzburg (háganselo saber si lo ven paseando por sets, escenarios, redacciones o estudios radiales del cielo). Sorprendentemente masiva fue la respuesta cuando entramos en el mundo de la señora TV y el caballero de la risa nos sentó frente a sus cámaras, posibilitando que fuéramos vistas. Entonces, las señoras con las que más tarde compartimos el colectivo de la Línea 86 de la Ciudad Autónoma a Laferrere nos dijeron: «¡¡¡Las vi con Guinzburg!!!» Caminando por Warnes y Juan B. Justo, una pareji- ta en moto se detuvo para decirnos algo similar y desearnos mucha suerte.

Gracias a ellos y al doctor de Neuquén que vino con su hija al Rojas y me contó que un puestero de revista le dijo: «Vaya al Rojas, que en los quioscos no está» y explicó: «Conozco a una chica que cuida a la mamá de una amiga, y se la quiero llevar»

Pero todo esto es solo la punta de iceberg de un abrazo de oso recibido en diversos planos de nuestra cotidianidad. Carla Antonelli, por ejemplo, la transexual con el sitio web más antiguo del ciberespacio, subió la noticia y de repente llegaron comunicaciones desde todo el planeta queriendo suscribirse a El Teje: de Estados Unidos, Alemania, Noruega, Francia, España, y en su mayoría latinas: colombianas, venezolanas, uruguayas, brasileras y argentinas, esparcidas por el Primer Mundo, en donde arrebatan divisas a costa de sus cuerpos.

El Teje les agradece, comprometiéndose a romper matrices; pero como no somos las que producimos esas pautas culturales, sólo podemos trabajar visibilizándolas a todas y a cada una, cada vez que decidan mantener orden a costa de tanta sangre y dolor para que las rompamos entre todas/os. Algo en el ánimo general está cambiando; hay hoy una sociedad apostada en el filo del abismo, pero fantaseando con que los esperpentos fundamentalistas que nos han introyectado desde niñas/os, esos que se alojaron en nuestros miedos a ser para someternos con el enemigo desde dentro, se esfumen cuando unas traviesas prendan la luz.

Estamos listas para empujarlos pendiente abajo; no lo agradezcan, es lo menos que podemos hacer por ustedes. Y por nosotras/os.

El esplendor revisteril en una noche

Por M.W.

Gracias a las compañeras que se sumaron a la propuesta de redacción y a las que aportaron su arte. Una Noy fuera de todo cartabón, genial y con ganas de brillar, fue quien condujo la fiesta. ¡Te queremos querida! Estuvo Naty Menstrual, que se vino con su glamour de cine condicionado, con ima­gen de diva de los veinte a lo Gloria Swanson y la sexualidad mórbida a flor de piel, igual a las busconas del conurbano bonaerense (una suerte de tra- vestismo trash). Lo más impactante fue su oda a las tetas ¿socialistas?.

Julia Amore, atropellada, con un humor que reflexiona sobre la última ende­mia que nos asola, la soledad, ante la que reaccionamos con la misma can­didez infantil todas, todos los/as que decimos “soy sola»; hizo algunos de sus monólogos -este año estuvo ternada para los premios Estrella de mar. Luego se sintió la inagotable energía de Dominique Sanders y su ruego picaro: «Beishame», nos pidió con la nostalgia de los ’50. Y para cerrar el esplendor revisteril travesti, Julia Lagos apareció amenazando a la platea, como arácnida portadora de veneno mortal, sexo nocturno tejido de encaje, inquietante en la frontera de lo onírico, exigiéndote un placer del que devendrás, y para siempre, otra persona.