Arenga política

Por Malva

¿Qué es el voto? No es otra cosa que ejercitar un derecho Constitucional con el único fin de elegir al ciudadano que nos deberá representar en el momento de peticionar.

¿Cómo se obtiene ese derecho? Cumpliendo con lo que manda la ley electoral. Significa inscribirse en el padrón que corresponda con el lugar de residencia.

¿Qué se precisa para tener opción al voto? La documentación personal vigente y un domicilio fijo. (Esto que detallo corresponde a la travesti de origen extranjero.)

¿Qué ventaja tiene el voto? Muchas, y una de ellas es la oportunidad de disentir, castigar o volver a confiar en el elegido por medio del sufragio.

¿Qué valor político tiene el voto? Un valor incalculable, porque haciendo uso de él, podemos mejorar y afianzar el sistema democrático. Se entiende que sin democracia es imposible el sostenimiento de una sociedad bien constituida. Dentro del marco de libertad, igualdad y, yo diría, dignidad.

Por último: ¿Estamos obligados a votar? Considero que sí. Pues no se concibe que el individuo pretenda vivir al margen de las obligaciones cívicas y ciudadanas que son en definitiva el termómetro que marca la calidad de una sociedad que vive y se desarrolla. Hay que saber que el voto es un modo de controlar al “arte” de la política para que se encarrile hacia los logros definitivos y que no se transformen en una vaga ilusión.

Esta es mi fundamentación respecto del contenido esencial del voto: lo entiendo como el resorte más seguro para manifestarnos.

De un tiempo a hoy tengo la sensación de que hay cierto reconocimiento de parte de la sociedad de la existencia del “diferente sexual”, y por ende un poco de tolerancia humanizada. Es lo que a mí me parece. En estos momentos que corren, al diferente le es posible peticionar y celebrar de manera muy peculiar su razón de existir. Para ello realiza sus marchas anuales como un modo de expresar su beneplácito por ser liberado de los atropellos policiales digitados por los sucesivos gobiernos dictatoriales. Este detalle que señalo lo observo en la vida cotidiana del diferente de este tiempo.

Es necesario hacer un poco de historia para dejar asentado de qué modo vivió el diferente a partir del gobierno peronista por ejemplo (dejo en claro que antes del peronismo no había medidas persecutorias en contra del maricón como figura social). Fue a partir de 1947, cuando la vida diaria del “diferente sexual” sufrió un cambio fundamental. Se hicieron ver, de modo inapelable, medidas sustanciosamente homofóbicas en contra nuestro, condensadas en un oprobioso código contravencional, con el único fin de contrarrestar imaginadas o mentirosas transgresiones de índole moral, atentatorias contra el pudor del “macho heterosexual”.

Fue así por muchos años. Aún después de la caída de Perón, cuya metodología en contra del maricón fue observada a rajatabla por los sistemas de facto que le sucedieron. Fue a partir de esa época en la que el maricón no tuvo derecho a nada. Tuvimos que soportar mansamente y en soledad toda clase de tropelías de parte de individuos rabiosamente homofóbicos (policías).

Yo creo que hoy nos encontramos en una situación distinta. Se puede participar o militar políticamente en pos del derecho a existir dignamente, sin el temor constante a que te borren de la faz de la tierra. Agrego a esta reflexión, a modo de comentario la idea de que tenemos afortunadamente un condimento imprescindible que es como un paraguas que nos protege del abuso ideado y ese paraguas se llama “derechos humanos”.

Por todo esto entiendo que es un deber la participación electoral para asegurar la continuidad de este modo de vida conseguido a costa de sangre y de lágrimas.

El color o tendencia no viene a cuento, lo esencial es que se acepte la idea de que el derecho a elegir por el voto es irrenunciable. La indiferencia o el “no me interesa” es inadmisible. Tomemos conciencia de que vivimos en una época en que la lucha tras un logro es el alimento del alma del individuo que lucha por sí mismo y por el otro.

Sería largo detallar todas las etapas difíciles por las que atravesó el país a partir de 1946 y hasta 1983 (lo explico detalladamente en mi autobiografía), pero en esta síntesis ajustada mi intención va por otro carril. Pretendo dejar en claro que el “diferente sexual” tiene que entender cabalmente que su persona no es descartable, al contrario, es un ser que ocupa un lugar en el espacio; es un ser que consume, que produce, que ama, que siente y para que sea reconocida su existencia como individuo debe tomar posición ante la sociedad que le asegura su razón de ser “diferente”.

Yo agrego que la sociedad está en deuda con la travesti. La indiferencia y la hostilidad fue una constante durante mucho tiempo. Años diría yo. Este hecho contribuyó a que la mariquita que se viste de mujer creyera que su único derrotero posible fuera y es la prostitución. Ya que su inserción al campo laboral, en muchísimas ocasiones, se le negó. Con el argumento pueril de que su imagen no era apropiada dentro de una sociedad regida por normas moralistas. En una palabra, “lo echaban a patadas”. Por ese el móvil las maricas optaron por desempeñarse laboralmente dentro del servicio doméstico. A partir de esta situación evidentemente segregadora, maliciosamente aplicada en contra del “diferente”, sin que a veces se tomara en cuenta su capacidad de desempeño, proliferó el oficio del “mucamo” de hoteluchos infames, o bien de limpia ollas y de lava platos en los restaurantes del “bajo”. No hubo otras opciones para el diferente. Yo creo sin temor a equivocarme que ha llegado la hora, de acuerdo a cómo avanza la humanidad, de pensar sabiamente y de modo criterioso en aglutinarnos dentro de un “ideal” que nos lleve a un fin determinado: bregar por tener nuestra propia voz en los lugares indicados. Para ello nada mejor que unirnos y saber: cuánt@s somos. Qué pretendemos. Y cuánto podemos.