No te registro

Por Mauro Cabral

En la Legislatura porteña avanzan dos proyectos de ley para crear un registro público con los nombres, nuestros nombres, esos que alguna vez elegiste para presentarte en medio del mundo. Mauro Cabral te cuenta por qué más que garantizar el reconocimiento público, legitiman la discriminación.

Travesti. Transexual. Transgénero. Estas tres palabras, juntas o por separado, codifican un sinnúmero de experiencias maravillosas del cuerpo y de la identidad, de la amistad y del amor, del sexo y de la pasión, de la belleza y del talento, de la alegría y de la inteligencia, de la imaginación y de la vida. Nosotr@s, después de todo, formamos parte de esa pequeñísima y más que privilegiada porción de la especie humana que sabe contar y cuenta más de dos, de la misma especie que se toma la diferencia sexual como una fantasía encarnada, entre otras tantas. Las mismas tres palabras –bien lo sabemos- dan cuenta, al pronunciarse, de los trazos oscuros que ensombrecen la maravilla. La policía. La lucha ingente por conseguir una cama de hospital, un trabajo, un lugar donde vivir, las biotecnologías que nos corporizan, las que nos ayudan a seguir viviendo. La constante falta de respeto que nos rodea, índice de todo aquello que nos falta. La indignidad de nuestra vida cuando es sólo supervivencia, cuando es supervivencia apenas. Y el nombre. Cada uno de nuestros nombres, siempre titilantes, siempre inestables, siempre heridos por un punto de fuga que no cesa de socavarlos, de hacerlos temblar. Nuestros nombres, tan potentes ellos en nosotr@s y tan pobrecitos entre la gente, sostenidos con firmeza en el encuentro con aquell@s que nos conocen y nos quieren, sostenidos por la buena fe o el sentido común o la bondad de aquell@s que se avienen a reconocerlos, justamente, como nuestros nombres. Nuestros nombres, clave personal de nuestras existencias, giran cada vez, en cada encuentro con l@s otr@s, como una moneda tirada al aire. A veces cae cielo; otras cae infierno.

El nombre coexistirá con el que llevamos en el DNI que seguirá teniendo plena validez legal: por eso más que luchar contra la discriminación, parecen más bien legalizarla.

Diana Maffía —legisladora por la Coalición Cívica— y Alicia Pierini —Defensora del Pueblo de la ciudad— presentaron recientemente ante la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, dos proyectos de ley que procuran garantizar el reconocimiento público del nombre que cada un@ de nosotr@s llama “propio”. Se trata de dos proyectos que toman muy en serio los padecimientos de nuestras comunidades y que desde marcos conceptuales diferentes procuran darle una solución normativa. Sin embargo, se trata también de dos proyectos caracterizados por al menos cuatro defectos básicos.

Consideremos, en primer lugar, el “derecho a ser diferente”, tal y como lo expresa el proyecto presentado por Maffía. La diferencia puede ser un derecho, pero no puede ser una obligación (y aún debemos preguntarnos diferencia respecto a qué o a quién). Ambos proyectos sostienen esa conjugación de la diferencia como obligación: proponen la creación virtual de un doble registro público. El nombre será reconocido, pero coexistirá con el que portamos en nuestro documento nacional de identidad que seguirá teniendo plena validez legal. Por eso más que luchar contra la discriminación, parecen más bien legalizarla.

Si bien es cierto que las economías del nombre propio juegan un rol muy importante en nuestras experiencias cotidianas de discriminación y que el desconocimiento habitual de nuestras identidades condiciona severamente nuestro bienestar y nuestra vida pública y privada, lo cierto es que el llamado “derecho a la identidad” aparece realmente sobredimensionado en ambos proyectos. Y no es que la identidad no sea importante –claro que lo es. El problema es que el énfasis político en la identidad como derecho humano y personalísimo –en estos proyectos y en la Argentina de hoy- hace olvidar con demasiada frecuencia que las cuestiones económicas y sociales siguen pendientes… y no formuladas.

Pareciera, en tercer lugar, que la única experiencia TTT posible es la falta de correspondencia –entre cuerpo e identidad, entre identidad y nombre legal, por ejemplo. Más allá de las diferencias en término de género que está marcando (si a nosotr@s nos define la falta de correspondencia, a hombres y mujeres ¿qué los define? Y ¿quién l@s define?), su funcionamiento produce dos consecuencias muy problemáticas. Por un lado, anula la diversidad de las experiencias del cuerpo y de la identidad porque las somete a la lógica de la diferencia sexual binaria (en este esquema es imposible pensar en una persona trans feliz con su cuerpo no modificado, por ejemplo). Por otro lado, y allí donde los proyectos asumen la cuenta de las injusticias que soportan nuestras comunidades, cifran el remedio a las injusticias en el cambio de nombre: cuando la sociedad maltrata a alguien, lo mejor que se puede hacer legalmente por ese alguien es ayudarlo a ser otr@, o al menos a parecerlo… ¿Y la sociedad que l@ maltrata? Bien, gracias. 

Los proyectos considerados tienen fundamentos distintos. El de Maffía pone el acento en los instrumentos internacionales de derechos humanos y Pierini “medicaliza” nuestras experiencias en nombre de esos mismos derechos humanos. A pesar de las diferencias, los dos coinciden en el terreno común del marco normativo preferido del progresismo argentino: los derechos personalísimos. El problema con este marco es que al afirmar la identidad –sexual y personal- como experiencia intrínsecamente individual olvida que existimos con otr@s. Si bien ambos proyectos procuran contribuir a mejorar las condiciones de vida de travestis, transexuales y transgéneros, no deberían olvidar que esas condiciones no sólo vienen determinadas por el reconocimiento público del nombre propio, y ni siquiera de la identidad personal, sino que dependen, en gran medida, de aquello que somos en relación, por ejemplo, a quienes escriben proyectos legislativos en nuestro nombre. ¿Qué proyecto nos ha de liberar del sufrimiento de leer proyectos donde aparecemos como discordantes o falt@s de correspondencia, enferm@s o necesitad@s de adecuación, descript@s una y otra vez por la palabra autorizada y ajena, mientras nuestras propias experiencias se desconocen en pos de salvarnos de la injusticia?

A pesar de sus indudables buenas intenciones estos proyectos no logran escapar de la lógica inflexible del nombre propio. Y no me refiero, en este caso, a nombres como Noelia o Federico, Cristina o Raúl, Patricia o Mauro, sino a esos otros, los más propios de todos: travesti, transgénero, transexual. Ninguno de los dos proyectos logra escapar al peso específico de esos nombres, a su referencia, apenas velada, a una existencia menor –discordante, diferente, considerada digna de derechos que hombres y mujeres rechazarían por indignos. Y así seguirá siendo, mientras nuestros nombres continúen mentando un modo disminuido de encarnar el género, mientras sigan siendo conjugados en la forma de lo que falta, mientras sean concebidos en los términos de la patología, mientras se mantengan bajo la administración de quienes jamás los portarían, mientras sigan siendo el nombre propio de las víctimas y nunca de l@s polític@s o l@s académic@s, mientras permanezcan funcionando como nombres-objeto, en lugar de nombres-sujeto, nombre-qué, en lugar de nombres-quién.