Por Diana Sacayán
Dos chic@s okuparon una casa en Córdoba para reunir a diversos grupos de militantes sociales en busca de soluciones colectivas a problemas comunes, amenazando con okupar también las mentes de los vecinos caretas. Se llama Caracol (caracol porque así se llamaba la comunidad aborigen más grande que habitaba en el lugar, por simpatía con la comunidad zapatista en lucha, que también se llama Caracol y por la película La estrategia del caracol, pero no por la baba de caracol que es un cuento del tío).
En un lugar desconocido de Buenos Aires, mientras los mozos lustraban con delicadeza las copas para sacarles brillo, yo escuchaba con suma atención los consejos de una prestigiosa periodista que me desafió a ir por más en mi modo de hacer crónicas. Espero que en mi intento de reconstruir esta historia, que me pareció fascinante, pueda dar cuenta de las asombrosas escenas que me dejó la visita a la casa Caracol, un lugar Okupado hace 5 años, por un@s chiquill@s que tienen inmensos sueños de libertad y emancipación.
Mi destino era el norte del país, la casi obligatoria ruta 9. De paso por la provincia de Córdoba, me fue inevitable hacer una parada en ese lugar del que me habían hablado Maite y Ale, a quienes en realidad no conocía personalmente, aunque estábamos en contacto desde que empezamos a cartearnos cuando estuve detenida en una lejana comisaría, por luchar contra las injusticias.
El crudo invierno que amenazaba con avecinarse, no se puso en protagonista ni me impidió conseguir la historia que quería y que comenzó a fluir mientras daba un paseo con l@s chic@s por el bulevar de la hermosa ciudad de Córdoba y continuó con las pizzas hechas en un horno reciclado en un tarro de lata que alguien inventó, en el fondo de aquella casa rodeada de verdes matices. Mientras charlaba con Maite bajo un inmenso árbol supe que ocuparon la casa el 9 de diciembre del 2002.
“Éramos sólo otro compañero y yo. Los dos teníamos problemas habitacionales”, dice ella. “Le pusimos casa Caracol en reconocimiento a la comunidad aborigen más grande que habitaba en el lugar antes que nosotros, ellos eran los caracoles; porque somos simpatizantes de la comunidad de zapatistas en lucha, que también se llama Caracol y por la película La estrategia del caracol, todo en nuestro afán de buscar soluciones colectivas a problemas comunes con otra gente.”
Parece imposible pensar una historia con una travesti, okupa, feminista y anarquista, pero existe y es cordobesa.
Maite es clara en sus ideas y muestra cierta sensibilidad en su palabra: cuando habla, se apasiona. De vez en cuando se sirve vino en un vaso, bebe un sorbo y se relaja hacia atrás en la silla firme que la sostiene. Un poco de sol logra evadir las hojas, dejando al descubierto sus ojos raros, de un color entre gris y verde que le sienta armoniosamente en su piel morocha y sus cabellos salvajemente enrulados.
“Hubo presiones de parte de los guardianes de la propiedad privada –dice– para que nos fuéramos. Llegaron los polizontes con sus intimidaciones, nos allanaron y nos robaron sesenta pesos que era todo lo que teníamos en ese entonces. A pesar de esto y de los vecinos que temían que el lugar se convirtiese en un aguantadero, pudimos tener una charla con la dueña que además tiene otras cien propiedades. Le dijimos que a pesar de las presiones no nos íbamos nada y supongo que le convino, total se la cuidamos, mientras ella especula con el negocio inmobiliario. De vez en cuando nos visita borracha por las madrugas y hace una especie de catarsis gritando como loca en la puerta, pero ya, a esta altura, nos tiene acostumbrad@s a sus escándalos.”
En la entrada de la casa hay una biblioteca, una sala amplia, un cuarto de ensayos y una habitación devenida en panadería; luego dos galpones inmensos que fueron puestos al servicio de las organizaciones sociales para hacer diversas actividades. Le siguen tres habitaciones en el fondo que cobijan a algún escupid@ de la sociedad. Está ubicada a cuatro cuadras del centro de Córdoba y cinco de la terminal de ómnibus, en un barrio con gente muy cheta y careta, aunque l@s chic@s del colectivo Caracol tienen el desafío de okupar también sus cabezas.
“Entendemos que la nuestra es una acción directa para satisfacer una necesidad –cuentan–, sosteniendo que la dignidad se consigue sólo peleando contra este sistema injusto que le da a una minoría lo que es de tod@s.”
Lágrimas y abrazos: fuerza colectiva
Durante el 2007, desde la casa se hicieron unas cuantas actividades. “Tuvimos la valiosa experiencia de hospedar a noventa compañeras que participaron del encuentro de mujeres que se hace anualmente en distintas partes del país”, dice Maite. “Fue muy emotivo y movilizador, como empezar a reconocernos con una parte de nuestra propia familia, esa que en diferentes lados está construyendo un mundo mejor. Hasta me sentí como una piquetera acampando en nuestra propia casa. Con sonrisas, charlas, lágrimas y abrazos aprendimos que es posible transformar nuestras experiencias más duras en fuerza colectiva, en lucha. Las compañeras me ayudaron mucho a resignificar el concepto de dignidad, y yo quedé tan agradecida…”
Ahora en la casa Caracol hay cuatro personas. Maite y Ale están hospedando por unos días a dos mochileros brasileros que estudian ciencias sociales y que, por momentos, parecen confundidos entre el bochinche de gente que se cruza de una reunión que termina con otra que comienza.
“Entre otras cosas, hemos hecho un programa de radio que se emitió durante dos años, era una herramienta para mostrar los problemas de las personas que decidimos vivir fuera de la norma heterosexual, de los géneros convencionales, del patriarcado y el capitalismo. Hablamos sobre nuestros cuerpos, sentimientos y placeres. Hablamos sobre la represión institucional y policial, la exclusión del sistema laboral, educativo y de salud, la prostitución y mercantilización de nuestros cuerpos, de nuestra relación íntima con el feminismo y otros movimientos sociales y sus luchas.”
El programa de radio se hizo con una realización colectiva en la que iban rotando los roles. La producción, coordinación de piso, edición de audio o locución se iba aprendiendo en la práctica. También l@s chic@s de la casa Caracol construyeron un espacio en barrios con programas para niños que incluyó talleres de recreación e incentivo a la lectura y las artes escénicas. Hubo ropero comunitario, apoyo escolar, cine y alguna que otra quermés para recuperar el sentido de fiesta popular.
La casa Caracol forma parte de la Coordinadora de Travestis Transgénero, Transexuales Lesbianas y Bisexuales. Si estuvo abandonada durante 12 años, hoy es una casa okupada y recuperada para darle un sentido social. La prueba es la cadena de comercio cooperativa que funciona en el lugar y el hecho de que la biblioteca se plantee como un espacio abierto y horizontal desde donde cambiar el barrio.
Cuando vemos los graves problemas habitacionales en los centros urbanos y cuando el acceso a una vivienda se convierte casi en un imposible, nos encontramos con historias como éstas, de acción directa, es decir para apropiarse de un derecho, más que para reclamarlo. Parece imposible pensar una historia con una travesti, okupa, feminista y anarquista, pero existe y es cordobesa.
De mi parte espero estar aportando con esta historia al cambio social, concientizando y fortaleciendo lazos comunitarios.
Creo que la autoorganización de l@s de abajo nos defiende de la desigualdad y de los atropellos de arriba y puede ser un ensayo del respeto a la diversidad, la equidad y la dignidad de las personas.