Una tarde, entre trajes y guardapolvos, el ministro de Salud bonaerense respondió a un postergado reclamo de travestis y transexuales: que se respete el nombre elegido en todos los hospitales de la Provincia.
El punto de encuentro es una salita de salud de Laferrere. Entre la multitud, escucho la voz clara y potente de Diana Sacayán gritando mi nombre. Con su aletargada tonada santiagueña, me dice que estamos listas para salir hacia el hospital San Martín de La Plata; me toma del brazo y me lleva a la plaza de enfrente donde dos Traffic aguardan a un rico contingente. Allí me presenta una a una a sus diez compañeras —la mayoría travestis, unas chicas lesbianas y algunos gays—, integrantes del grupo con el mejor nombre que haya oído jamás: MAL (Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación). A raíz de un pedido que la comunidad trava realiza hace largo tiempo, MAL ha conseguido con mucho trabajo un postergado reclamo. El pasado 5 de junio el ministro de Salud bonaerense, Claudio Mate, firmó una resolución inédita para que se respete el nombre de identidad de género de las personas travestis y transexuales en los hospitales públicos de la provincia.
“Debemos corrernos del lugar del estigma y pasar a la acción” (Diana Sacayán, activista de MAL)
Las chicas que acompañan a Diana son de González Catán y Laferrere, partidos donde se gestó este pedido que ve críticamente la marginación que sufren las chicas travestis en la provincia más poblada de la Argentina. Ellas se organizaron para luchar contra el trato que reciben sus compañeras en los hospitales, donde son estigmatizadas, criminalizadas y discriminadas. Muchas ya no buscan asistencia o tratamiento porque directamente no cuentan con ese espacio que, si bien es público, paradójicamente les es negado. A veces mueren sin haber traspasado la sala de espera.
Exclusión ceroEn el hospital San Martín, sabían que el ministro vendría al pabellón central por el costado izquierdo; y en esa dirección miraban cuando nosotras aparecimos en la recepción, visiblemente arreglada a nuevo, con un piso de mármol impecable que aún limpiaban dos jóvenes. El auditorio estaba detrás de una rampa de acceso para personas con movilidad reducida. Era un amplio recinto con cómodas banquetas y un escenario preparado para cuatro oradores: además del Ministro y Diana, hablarían el Secretario de Atención Primaria de la Salud bonaerense, Gustavo Marín, y un locutor encargado del protocolo. Salimos a fumar a la escalera de entrada mientras llegaban las cámaras de diferentes medios masivos, que como de costumbre formaron un cuadro con las chicas y dispararon sus preguntas sobre Diana Sacayán, protagonista ineludible de la jornada. Ella, lejos de todo acelere mediático, respondió con su serenidad característica: “La resolución ayuda a disminuir la violencia institucional de la que somos víctimas permanentes”, explicó. “Cuando un médico aparece en la sala de espera y nos llama con el nombre que figura en el DNI, pero es evidente que no nos pertenece, nos sentimos violentadas y humilladas”, agregó.
El otro protagonista, el ministro Claudio Mate, llegó puntual y precipitó el comienzo de la ceremonia. Las chicas, dado el frío, ya estaban dentro del recinto y se habían sentado de manera dispersa. Al rato, tejiendo en grupitos de íntimas, de a dos o tres se vieron sorprendidas por una avalancha de guardapolvos blancos y trajes ceremoniosos: los trajes iban al escenario pero los guardapolvos tenían que sentarse en los espacios vacíos. Sorpresa mutua: las travas nerviosas y los/as doctores/as también.El locutor -muy protocolar y locuaz rompe el silencio del auditorio y presenta al doctor Marín, quien hace un año recibió desde la Subsecretaría de Coordinación de Salud una nueva directiva del ministro Mate para hacer accesible la atención en los hospitales. “Tenemos un sistema de salud universal pero lamentablemente todavía hay excluidos dentro de este sistema”, dice Marín antes de identificar a esos grupos. Según relata, se han hecho diferentes investigaciones que determinaron que había excluidos “desde el punto de vista económico y desde el punto de vista cultural”, lo que originó varias iniciativas para incluir a los pueblos originarios, y una encuesta en La Plata y alrededores sobre una población de mil trabajadoras sexuales y travestis. “Los golpes los recibimos desde las estadísticas”, comenta. “Casi el 90 por ciento no accedía al sistema de salud y la causa más importante era la discriminación en los centros de salud. Esto sucede paradójicamente a contramano de las responsabilidades del Estado comprometido, por ejemplo, con la Ley Nacional de Sida que obliga a brindar tratamiento a toda persona que padezca HIV, la mayor causa de muerte temprana en los travestis”. “¡Las travestis!”, le grita desde el auditorio Claudia Pía Baudracco, de la Asociación Travestis, Transexuales, Transgénero Argentina (ATTTA). “Las travestis, perdón” se disculpa el doctor, con buen tono ante una potencial paciente, todavía incapaz de procesarlo por mala praxis porque aún la prometida resolución no se había firmado.Antes de cerrar su presentación, Marín cuenta una anécdota que le sucedió hace un año. Ocurrió durante las semanas previas a la inauguración de un Centro Integral de Salud platense para personas en situación de prostitución llamado “Sandra Cabrera”, en homenaje a la secretaria general de la delegación Rosario deAMMAR, asesinada en enero de 2004. Mientras él intentaba sensibilizar a los vecinos para evitar cualquier tipo de discriminación, apareció una señora indignada quejándose de que el Estado “se ocupara de estas cosas”. “Realmente me quedé sin palabras” —confiesa el funcionario—. “Entonces una de las trabajadoras sexuales me dice: ‘Dejá que yo le contesto’”.-Señora, ¿usted, vive acá en plaza Matheu, no?-Sí.-¿Usted tiene un nieto que se llama Ezequiel?-Sí.-Es cliente mío.
Cuestión de Estado
“La activista Diana Sacayán” es anunciada por la voz clara del locutor. Además de celebrar el acontecimiento, la militante de MAL recuerda las historias de abandono y sistemática invisibilización sufridas por muchas de sus compañeras, y la negativa del Estado de escuchar estas voces. “No vamos a cambiar la cultura de la discriminación o a acabar con la segregación con esto; es un cambio registral que hay que seguir trabajando en educación y en lo laboral”, destaca.Llegado este punto, la activista aclara que a diferencia de otras compañeras “no hablamos de trabajadoras sexuales aunque aceptamos esa postura, decimos personas en situación de prostitución porque de diez personas travestis, dos dicen ‘lo hacemos porque nos gusta, somos felices’ y ocho responden ‘lo hacemos porque no tenemos otras alternativas de trabajo’. Una persona en situación de prostitución es una cuestión de Estado”.“La prostitución degrada nuestra salud física y psíquica”, concluye Diana e insta a “seguir trabajando para conseguir instituciones más amigables”. Sus palabras emocionan no solo a las travestis sino, y esto es mucho más importante, a los inmaculados guardapolvos blancos que baten palmas de pie. Debo reconocerlo, a mí también casi se me pianta un lagrimón.El último orador es Claudio Mate, quien con soltura y humildad pone sobre Diana los lauros por los fundamentos de la resolución y, en la cotidianidad travesti, la sabiduría de la solución práctica. También expresa el porqué de un “sí” esta vez, en lugar de un “no” frente al reclamo de acceso a la salud. “El daño grave para la sociedad es que la situación sea natural, que sea la ley de la selva. Es decir, que haya algunos que biológica, cultural, étnicamente tienen derechos ganados a ese acceso y otros que por razones opuestas tienen casi la condena en su destino a no acceder. Y sí, es grave estar excluido del Sistema educativo o del sistema laboral, pero es criminal estar excluido del sistema de salud”.La jornada termina con los besos y fotos de rigor y la escena se muda a los jardines frontales del edificio hospitalario. Entre los saludos de despedida, decido que es tiempo de tomar la temperatura de las asistentes interesadas en este día que, aunque soleado, es muy frío y ventoso.
La parte de atrás
El viento trae oxígeno y un olor almizclado, las rosas del jardín hacen que los comentarios dejen de ser presuntuosos y aparezcan los piropos. Al tope de la lista está Mate, que es atractivo pero sin duda juega con ventaja. Luego un camarógrafo de Crónica TV, con unos años menos y look callejero. Ambos inalcanzables, pensamos las chicas, al menos en este contexto.Después vienen las reflexiones de Claudia Pía Baudracco, coordinadora de ATTTA en la provincia de Buenos Aires y Diego Cao, de la Secretaría de Derechos Humanos bonaerense, quien desde 2004 intensificó sus tareas con distintas organizaciones Trans hasta terminar colaborando codo a codo en varios temas.“Para nosotras hoy es un momento histórico —dice Pía—. El reconocimiento de género es lo que nos permite la llegada de todas las chicas Trans a estos lugares de salud pública. A todos los pacientes los llaman por el apellido menos a las chicas Trans: las llaman por el nombre de varón y luego por el apellido para ponerlas en ridículo delante de los otros pacientes. Las chicas no iban para evitar ese mal momento. De todas formas, vamos a ver cómo es llevado a la práctica”.Pía justifica sus recaudos advirtiendo que hay que informar a los profesionales de la salud: “Muchos no saben tratarnos, ni que existimos las y los travestis. Esto es una gran confusión porque se nos trata de ‘El’ a quienes somos ‘La’ y se nos trata de ‘Ellas’ a quienes somos ‘Ellos’”. Lo más urgente, aclara, es facilitar el acceso al tratamiento universal. “Lograr que se les reconozca la conformación del género, todo aquello que pasa por las cirugías necesarias para que se pueda ver como se sienten realmente”.A Diego Cao se lo nota emocionado. Trabaja en la Dirección Provincial de Igualdad de Oportunidades y fue en representación de la Secretaría de Derechos Humanos bonaerense que encabeza Edgardo Binstock, con sede en La Plata. “Deberíamos crear situaciones similares en otros ámbitos como la vivienda, el trabajo o la educación; básicamente hay que tratar de ver cómo le entramos y entrarle de la mejor manera posible”, nos decía. Muy cerca de él, alguien recuerda la tragedia cotidiana de la exclusión: “A veces voy al hospital a visitar a una amiga y no puedo ubicarla porque la registran con el nombre que figura en el DNI”. M.V.