Por Marlene Wayar
Construir un relato de nuestra propia historia es uno de los objetivos principales de El Teje. Al decir “nuestra”, explicitamos Historia Travesti que más que un concepto cerrado a partir de una definición sobre qué sujetos/as entran en esos parámetros, tiene que ver con quienes –en un gesto de autonomía–, nos comprendemos en ese concepto que invita a ser destruido, implotado. Días pasados, en ocasión de la inauguración de la primera Escuela y Cooperativa de trabajo textil travesti Nadia Echazú estuvo su madrina Hebe de Bonafini, directora de la emblemática asociación Madres de Plaza de Mayo. “Lo que ustedes no saben –dijo– es que yo soy travesti y ustedes no se dieron cuenta”, travistiendo de humor el convencido gesto de posicionamiento político de esa luchadora por los derechos humanos, que junto a otras madres lograron derrumbar la dictadura militar en Argentina, con la paciencia femenina de hacerlo gota a gota para horadar esa mole de piedra inútil.
Entre otros efectos, tener una Historia Travesti propia nos da un capital social: cada una/o de nosotras/os cuando nace no tiene un piso desde donde pararse a pensarse de forma legítima. Fantasea estrategias, primero para explicarse a sí misma/o y, a partir de allí, al mundo que nos rodea, desde mamá y papá. Cada una/o de nosotras/os que construye un relato propio crece convencida/o de que es un relato devaluado frente al único parámetro de humanidad posible y legítimo. Cada uno/a de nosotras/os avanza en la vida, aceptando con cierta resignación, la violencia que los/as normales nos imparten en su amplio espectro de formas concretas y simbólicas.
Una Historia Travesti en este presente ficticio, en tanto inasible y efímero, con el solo material de nuestros recuerdos y nuestros proyectos futuros, se torna un esfuerzo siempre solidario para futuras beneficiadas. Sólo si nosotras pensamos y sentimos digna nuestra materialidad y decimos y actuamos en consecuencia con ese pensar, sentir, decir y actuar, estaremos construyendo colectivamente otros contextos posibles para quienes vienen. Realidad imaginada, pero difícil de ser negada. Si nosotras hemos crecido a pesar del odio ¿cuántas lo harán si el contexto se torna amoroso?.
La dirección en la construcción de ese contexto amoroso será producto de una construcción en lo micro y lo macro-estructural, de cada sonrisa sostenida con el otro/a y de cada no dicho con firmeza, de nuestro diálogo cotidiano y de la conciencia de ser sujetas/os políticos en interpelación constante con el Estado, sus instituciones y sus gestores.
Esta vez escojo dos hechos: un sí y un no.
Un no: dice Página/12, un diario masivo de corte progresista y gay frendly, respecto de un crimen perpetrado en Mar del Plata, el sábado 19 de julio: …“La travesti tras ser golpeada fuertemente en el cráneo, fue decapitada. Por el momento, los investigadores no descartan ninguna hipótesis, aunque trabajan en la conjetura de que se trató de un `crimen pasional`”. De todas las conjeturas posibles, la única inaceptable es la de “crimen pasional”; lo acaecido sólo puede ser inscripto como “crimen de odio” y de allí, los/as investigadoras/es podrán arribar a un cierto esclarecimiento del crimen y de sus motivaciones. ¿Por qué? Pasional, según el diccionario es: “adj. que deriva de pasión, acción de padecer / contrario a la acción / estado pasivo en el sujeto”. Por tanto, no es incriminable. Eso significa que el sujeto movido por la pasión y no por su racionalidad mató, descuartizó y trasladó un cuerpo; algo ajeno a su voluntad lo animó. Pero aún tratándose de un/a psicópata existió –más allá del móvil–, una intencionalidad que lo llevó a la acción. Allí actuaron valores personales sin duda alimentados y habilitados por valores sociales, que en algún punto lo habilitaron a pensar que tenía alguna prerrogativa sobre otra persona, cosificó a la víctima y la hizo presa de su odio hasta estos extremos. No, entonces, a la tarea científica de peritos policiales que no pueden, tampoco ellos, entender la presencia de una víctima que fue “cosa” para un criminal que se dejó llevar por su “pasión”. Y No para la tarea periodística de un redactor que indaga a los peritos policiales sin cuestionar “lo pasional”, reedificando un concepto tan peligroso para la construcción social de lo legal y punible. Ambos están errados en su labor específica.
Un sí: En los últimos meses, la presidenta Cristina Fernández convocó a los ciudadanos varias veces para apoyarla durante un momento de inflexión. Enfrentada a los sectores económicos más poderosos, que cuestionaban su legitimidad institucional y a la desigualdad en la administración de justicia, ella habló del sistema judicial argentino. Y mencionó dos casos: el primero, la inacción de la justicia frente a un sector de agroindustriales poderosos que expuso al país y, especialmente, a los mas vulnerables al desabastecimiento de alimentos y la in-transitabilidad de las rutas paralizando al país. El segundo, la acción exacerbada de la justicia sobre un grupo de cartoneros y travestis que sufrieron un año y medio de prisión por luchar para ser consideradas/os por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en igualdad de condiciones que el resto de los/as vecinas/os a quienes les permitieron entrar al recinto legislativo. Es decir, pretendieron prohibirnos ingresar a fiscalizar de qué modo se aprestaban a legislar sobre nuestra autonomía para transitar el espacio público.
Lejos de todo análisis sobre qué llevó a la primera mandataria a tomarnos como ejemplo de la inequidad y falta de lógica en la administración de justicia, rescato lo que sin duda se vuelve un hecho histórico que debemos subrayar. Por primera vez, una presidenta (y presidente) nos pone en palabras en un discurso ante toda la ciudadanía, de modo positivo y reconociendo la justicia de nuestra lucha como movimiento socio-político. Esto no significa que nos convirtamos, de la noche a la mañana, en partidarias a-críticas de su persona, sí que evaluemos qué tenemos hasta ahora. Y este es un nuevo elemento. Advertir qué tácticas hemos usado hasta el momento y nos han dado fruto para ser reconocidas y cuáles suponen una superación en este nuevo contexto socio-político, más abierto y receptivo, para ver qué estrategias colectivas podemos pensar para ajustar nuestros roles.
Roles que confluyan y se potencien mutuamente a partir del aprendizaje de nuestra historia y desde allí estar preparadas para tener tácticas individuales en nuestros diferentes campos de acción en pos de un objetivo común, donde haya mayor libertad en el ejercicio de nuestra autonomía y la de todos y todas. Pues estamos ahora ante un Estado que nos ha nombrado y reconocido y en consecuencia no podemos dejar de verlo y encararlo de otro modo. ¿Qué desafíos nuevos nos plantea este otro Estado? ¿Hay algún otro ente dispuesto y calificado para reaccionar a nuestras demandas? Sobre todo, teniendo en cuenta que en el sector privado es impensable incidir con políticas empresariales que cuenten con principios que avancen, más allá de un discurso sobre la diversidad, hacia una materialidad que se traduzca en empleo blanco, justo e inclusivo. ¿Cuál es la relación que debemos tener con un Estado que muestra señales, en su disertación, de amplitud? Y que sabemos será burocrático, tedioso, ineficiente en algunos puntos y lerdo, muy lerdo. No es sólo al Estado a quien debemos analizar y exigirle cambios, de seguro somos también nosotras quienes debemos cambiar, no sin exigir el diálogo, no sin visualizar el daño perpetrado, no sin esclarecer nuestra agenda urgente, no sin buscar nuestras propias soluciones y la manera de colectivizarlas para que sean mutuamente vehiculizadas.