Por Mauro Cabral, Ilustración por Bruno Veira
Desde hace muchos años, la escena académica en la que me encuentro es siempre la misma, repetida al infinito. Estoy rodeado de gente, y nadie se me parece. O en realidad, sí se parece: la mayor parte de la gente es blanca (como yo), fue a la universidad (como yo), es de clase media (como yo), lee libros (como yo) y hasta hay judí*s (como yo). Pero no hay personas trans. Como yo.
Pensándolo bien, claro que hay. A lo mejor hasta demasiadas, podría decirse. Y es que, aunque el evento en cuestión sea académico, cada tanto se invita a activistas trans a contar su experiencia de vida, hablar de su trabajo comunitario o político y, fundamentalmente, y como corresponde, a dar su testimonio. Y es que tod*s tenemos algo que aportar, dicen quienes jamás invitarían a esas mismas personas a discutir sus marcos teóricos. Todos los temas son importantes, dicen quienes jamás fueron tematizados por academia alguna. Tod*s tenemos un cuerpo que visibilizar, dicen quienes jamás muestran su cuerpo ni en fotos. Tod*s tenemos una vida que compartir, dicen quienes no nos tocarían ni de lejos con un palo. Tod*s tenemos estamos comprometid*s, dicen quienes no notan la ausencia de personas trans entre sus alumn*s, colegas, profesor*s y listados bibliográficos. Lo cierto es que aunque no haya ni una sola personas trans en el espacio, ahí estamos igual, poniéndole el cuerpo al saber (y a la carrera académica) de los otr*s. Ahí estamos: vidas interrogadas, cuerpos en partes, carne expuesta, muertes susceptibles de ser transformadas en análisis cualitativos, cuantitativos, comparativos… ¿Quién dijo que no hay trabajo para las personas trans en la Argentina? Por supuesto que lo hay.Trabajamos todo el tiempo. Trabajamos de caso. Trabajamos de objeto de estudio. Trabajamos de estadística. Trabajamos de hipótesis de trabajo. Trabajamos de ejemplo. Cada tanto alguien plantea, al interior de la academia, la posibilidad de una relación distinta entre sujet*s y objetos: por ejemplo, de una relación no violenta. La cuestión, me parece, es otra. Entre quienes nos investigan y nosotr*s la relación no es de sujet*-objeto, sino de sujet*s posicionad*s de manera diferencial en un entramado de relaciones de poder. La reducción continua a la posición de objeto no implica que seamos objet*s, sino que, como sujet*s de saber no hemos conseguido aún desmantelar la subordinación que nos objetiviza (entre otras cosas, porque todo lo que producimos es fagocitado por la matriz testimonial que nos constituye). Incluso nuestras propias contribuciones al campo de las ideas son invisibilizadas a través de una lógica perversa de recepción: para que nuestra palabra circule es preciso que antes haya sido incorporada a una obra mayor, firmada por autor*s que no son identificadas, habitualmente, como trans. En el contexto de esa lógica es difícil, sino imposible, que nuestros nombres sobrevivan a esa incorporación hasta alcanzar esa forma de consagración llamada «bibliografía»‘
Nuestras experiencias llenan páginas de tesis de licenciatura, maestría y doctorado; pagan becas en la Argentina y también en el extranjero. El nuestro es un trabajo no remunerado, que multiplica e intensifica nuestra abyección en cientos de ponencias, artículos y presentaciones a Congresos: el uso de silico- nas de allá, la prevención del VIH de acá, la reproducción de estereotipos de género según fulana o mengana, el esencialismo según vaya uno a saber la transfobia de quién. Se dirá, y con razón, que parte de nuestro compromiso con la transformación de nuestra situación pasa por ampliar las fronteras del conocimiento. Estoy de acuerdo. Creo también que la ampliación de esas fronteras requiere con urgencia de otro tipo de saber, justamente, el saber de nuestra capacidad para decir no.
El saber del límite.
Para empezar, propongo resistirnos ahí donde nadie cree que sea posible. Sacarle el cuerpo a la explotación laboral académica. Colectivizar la resistencia al imperio de la investigación como carnicería. Denunciar la construcción de carreras de docencia e investigación sobre el trabajo especializado de nuestra existencia. Reclamar el copyright de cada experiencia transformada en cita, título y pie de página.
Hacer huelga de objetos