¡¡¡Mega loca!!!

Por Nati Menstrual y Marlene Wayar

Naty Menstrual dialogó con La Mega. Marlene Wayar habló poco pero lo que dijo fue onda hot-trash-Barracas. Faltaba Elizabeth Vernacci y a El Teje le ponían la faja de “condicionado”.

Mis ataques de pánico amenazaban con enredarme nuevamente entre mis sábanas rosadas por ocasionales contactos carnales. Desperté obligada: teníamos que hacerle una nota a La Mega -el personaje travesti de Fernando Peña. Me daba curiosidad estar con Fernando pero hablando con La Mega, presenciando ese desdoblamiento continuo que lo caracteriza. Me duché, me re vestí, me re pinté, y salí como una mascarita carnavalesca a las veredas de San Telmo, por donde había vivido hacía tiempo. Las veredas me conocían bien el taconeo y se habían ensañado con romperme los stilettos. Encima garuaba.

El ansiado encuentro era en el teatro Margarita Xirgu que, por suerte para mis pánicos, quedaba a tan solo tres cortas cuadras de mi ex casa. Espléndido. Sus pisos, las arañas, las puertas… divino, divino. Lo mismo que una escultura enorme de una madre acunando su hijo (que hizo un toc toc en mi cabeza recordando mi propia lucha con mi Edipo). A pesar de ser media mañana, y por mis vampíricas costumbres, ese día era especial.

Le digo que le queda bien, que se suba más la peluca y me hace caso. Amable. Mira al espejo nuevamente. Me mira. Cuando habla, siempre me mira a los ojos y eso está bueno, sostener la mirada es lo que está bueno.

Llegamos a horario: Marlene, la fotógrafa y yo. El maquillador de Peña estaba en la puerta con aires de antipática que no es estrella junto a un noviecito, amante, amigo o no se quién era. Esperamos. Esperamos. Esperamos. Avisaron por teléfono que había problemas de tránsito. ¿Sería una dulce o amarga espera? De repente apareció Peña con bolsos y alguien detrás, respetuoso y educado, pidiendo las disculpas del caso.

-Vamos al camarín, así hablamos tranquilos.

Entonces todas pasamos por la maravillosa sala del teatro -de un bordó radiante y mucho dorado- hasta llegar al camarín. Amable, acelerado, verborrágico, Peña comenzó a montarse en La Mega y, mientras lo hacía, con un vaso de alguna bebida on the rocks fuerte y blanca, íbamos charlando. Me mira con sus ojos abiertos y expresivos, su nariz aguileña de estilo griego, su boca fina y veloz, como una víbora serpenteando entre las preguntas y las respuestas.

Peña: Vos sabes que yo soy un travesti raro.

(Soporto los pelos, todo, es lo opuesto a Florencia. Total.)

Espejo. Maquillador maquilla como siempre, con cara de antipático. Peña se vacía el vaso. Maquillador va y vuelve con más hielo y más de lo que La Mega estuviera tomando. Llega heladerita con gaseosas para todas (a decir verdad yo me hubiera clavado un litro de cerveza, pero era horario de trabajo). Peña observa el espejo. Me observa a mí. Me inspecciona.

-Vos te parecés a la Amparo, la de Todo sobre mi madre de Almodóvar — toma un trago.

  • Y como loca ve mi rostro desorientado.

-¡Te impacté, Marieta! ¿Se te cruzó la hormona?

Estaba realmente fascinada. me había cruzado con alguien más enloquecida por la vida que yo.

-Obvio que estoy re-loco. pero soy puto porque no me gustan las mujeres, me gusta la verga. Pero tengo una faceta de violador y eso es porque me gusta el hueco -cualquier hueco. No me gusta la mujer. Pero la actitud masculina en la mujer me excita mucho, muero. No es que se me para la pija cuando las veo, como de golpe cuando veo una mariquita o un chongo; pero me hace una cosquillita en la costura de los huevos. ¿Entendés lo que te digo? No me es indiferente.

Lo miro al espejo y pregunto.

-¿Y si ella te avanzara?

Mega y Peña (decidida, enérgica):

—No. avanzo yo. Porque lo mío es violar. Sí ¡Violar!

Tiene puesto un vestido onda ’60, retro total. Se prueba unas botas plateadas, las revolea. Se pone unos zapatos chuecos, como de vieja que visita a su marido muerto hace 45 años en el cementerio.

-¡Hay que mandar a arreglar todos estos zapatos! ¡Para eso se les paga! ¡Para eso está el auspicio!

Apurado, pide un pelucón. se trauma con el flequillo. Peina el flequillo, hipnosis en el espejo. Le digo que le queda bien, que se suba más la peluca y me hace caso. Amable. Mira al espejo nuevamente. Me mira. Cuando habla, siempre me mira a los ojos y eso está bueno, sostener la mirada. Avasallante, seguro de lo que está diciendo.

Yo no tengo tetas operadas y quería saber qué tetas tiene La Mega. Pregunto.

-¿Qué tetas tiene La Mega?

-Ninguna, no tiene. Tiene maminas. Por eso como mucho, porque yo cuando como mucho me salen maminas. Es un quilombo porque como mucho para tener maminas naturales, pero me crece la panza y el culo de una manera tremenda, y la papada ¡Pero noooo! A mi el cuchillo no me gusta. que me den el cuchillo a mí. ¡Yo soy la cuchillera!

Se termina de maquillar con sus propias manos. Se nota que no puede delegar absolutamente nada, tiene que estar, todo lo observa, todo lo huele, todo lo percibe con las ventajas o desventajas que tiene tener alta percepción, para bien o para mal.

Pienso en mis hombres. en sus hombres. en los hombres. en los aromas. en los olores. en lo desacostumbrados que estamos a disfrutarlos. Pienso en ser perro por un momento, con ese olfato tan desarrollado. La miro a La Mega que es una auténtica perra de terrible olfato.

-¿Cómo es tu relación con los hombres?

Se mira al espejo, se retoca, me mira.

-Todo, los hombres son todo para mí.

-Te gustan todos…

-¡¡¡Noooo!!! Tampoco todos, pero cada uno tiene lo suyo. ¡Sí!

-Sexualmente, ¿sos Caperucita o el lobo?

-También soy activa yo, guarda. ¿Qué te pasa?

Se mira al espejo, hace muecas. Se tira besos. Marlene pregunta:

-¿Cómo está La Mega con el papel de actriz?

-Chocha, jajaja.

Ríe exagerada, estridente; se arregla el pelo, el flequillo; se tira besos al espejo; guiña los ojos. Habla de desdoblarse. de ser muchos, de ser cientos, de ser todos los que puedan salir emergiendo con loca energía de sus perversas visceras. Marlene continúa preguntando.

-¿Y entendés el mambo del maricón de Peña o solo le seguís la corriente?

-La Peña está loca, loca, loca.

Se sigue arreglando el pelucón maldito que no la dejaen paz.

-Si hacen una contienda los personajes de Peña ¿vos decidís Mega? Y si vos ganás, ¿igual les das espacio? ¿O los matás a todos?

-¡Noo! Yo soy muy generosa aunque en realidad yo no tomo cocaína, pero bueno es lo que le da a Peña y yo lo dejo.

-Lo que yo más hubiese deseado es tener muy buena voz ¿Te pasa eso a vos también?

-¡Ya la tengo!

Marlene le pregunta la edad y coquetea, sonríe y la mira como diciendo: “¿te pensás que soy boluda?”. Miente como mienten todas las divas:

-Eternos 28. La edad ideal, de ahí no me muevo.

Quiero más de él: quiero hablar de sexo, de cosas sucias, de momentos perversos, lo percibo peor que yo y yo no soy Ceferino Namuncurá. Más bien soy Rita Turdero. Le pregunto abiertamente:

-¿Cómo fue la primera experiencia? ¿Fue con un puto, un macho?

-13 años.

-¿Trece años seguidos?

-Noooo. yo tenía 13 años. El era jardinero, le chupé la pija y le cobré, era chiquita y bien puto pero no pelotuda.

Busca algo en una agenda.

-Mirá, te voy a mostrar una foto. Cómo era yo cuando me lo levanté.

Se corta la charla porque ve una imperfección considerable en la peluca, reta al maquillador.

-Esto se paga, no es canje, hay que decirles.

-¿Te preocupás mucho por la estética?

-¡¡¡Ah divina!!! Sí, por supuesto, me preocupo mucho por la estética. Pero yo pienso que el travesti es travesti aún sin peluca. ¿Entendés lo que te digo?

-No del todo.

-Sí, sin montarse. Hay hombres que están travestidos y otros que no. Ser travesti es una actitud.

Encuentra la famosa foto de sus épocas de precoces petes arancelados y me la muestra sonriendo.

-Esta es la foto, mirá la cara de chongo boludo de mi hermano y la cara de marica divina que tengo yo.

Sonrío y pienso en mis cuatro hermanos varones. Dicen que en las familias donde hay un maricón, hay dos.

-¿Y después seguiste adelante con tu vida sexual sin traumas, sin dramas?

-Nunca tuve un trauma, la primera vez que se me paró el pito, alrededor de los 10 años, bajé a mostrarle a mi mamá. Ella estaba jugando a la canasta con amigas y le dije:

-Niño Peña: ¡Mirá mamá se me paró!

-Mamá Peña: ¡¡¡Sacá eso de acáááááááá!!!

-Yo hubiese sido un tarado si fuera por ella.

Pienso en mi madre y en todas las putimadres que laburan con ahínco nuestro ser mariconazo. Peña se pone más serio y sigue mirándome a los ojos cuando habla.

-Pero me laburé mucho, no solo con el cuerpo, no solo con el trabajo. Trabajo mucho mi cabeza, no me hago la tonta, me miro al espejo.

Su mirada languidece. El corazón le palpita distinto, lo percibo.

-Mirá, me enamoré hace un mes, pero total. Del chico este, del actor que me acompaña en la obra. Yo tengo 54 años, tuve 15 parejas, obsesiones, neurosis, metejones, embadurnes, de todo. Me dejé por ellos, hice suicidios actuados para que volvieran ¿viste? Y ahora no me pasaba nada de eso, era un amor muy natural. Entonces en un momento desconfié de mí, de mi sanidad. Y yo cuando desconfío -que me pasa mucho-, me miro al espejo, me miro a los ojos y me digo: “A ver, a ver ¿qué? ¿Qué? ¡No te hagas la loca!… ¿Qué es? ¿Es la pija? ¿Es la soledad? ¿Qué es?” Llega un momento que de verdad sé que es amor y listo. Digo: “¡Sí!” y lo laburo mucho.

-Pero podés estar en la lona o no estarlo, cada uno elige y se sobrepone.

-Obvio, pero lo laburo y me planteo mucho. Yo tengo una sexualidad muy amplia. Para hacer de activo a mí me gustan los afeminados. No me gustan los chongos.

-Yo siempre le digo a mi analista: a mi me cogieron, me travestí y me dieron vuelta porque buscan siempre el pedazo. Y ahora, si tengo que elegir, me gustan los pendejos lampiños para cogerlos.

-Bueno, te cuento dos cosas: yo estuve en pareja, ya te conté, con un travesti de La Boca, Rodrigo de la Cruz.

-¿Transformista o travesti?

-No, drag queen, transformista. Yo tenía 32, él creo que un poco menos. Bueno, fue mi novio casi por un año y tenía un pitito muy chiquito, nunca se lo toqué.

-¿Y se montaba para estar en la cama con vos o no?

-A veces sí, a veces no. Daba igual.

Danzan recuerdos en su cerebro y pienso que me encantaría que su cabeza fuera una pecera y yo un pescadito para poder nadar dentro de ella, oxigenando mis branquias con sus locuras perversas. O quizás una sirena, jejeje, de ambulancia, de manicomio. Es La Mega, es Peña, es mezcla explosiva que no me desorienta, me energiza, me violenta.

-Ahora, mirá lo que me pasó, hace muy poco, hace como dos años. Me levanto un pendejo, viene a casa, divino. Comenzamos a hablar (viste que una siempre, yo al menos, antes de coger tengo como un sondeo sobre “qué vamos a hacer”). Bueno, a ver, whisky, no sé qué, veía sus manitos, metía las mías, a ver si se depila o no. No lo sacaba. Era medio chongo, medio mujer, no lo sacaba. “Bueno, esto va a ser vuelta y vuelta, listo”, pensé. En un momento, me paro y tropiezo con su mochila que la tenía en el piso, y le digo: “No la dejes en el piso que es miseria”. La levanto y pesaba un huevo. “¡Ay qué tenés acá!”. El pendejo me contesta nervioso: “No, no, nada”. “No, nada no. Abrilo, ¿qué tenes?

¿Tenés cadenas, palos? Mira que te cago a trompadas ¿Tenés un plan o es algo personal?”, le pregunté. Me dice que no, que es algo personal. “Bueno abrilo, yo quiero ver. ¿Puedo adivinar? Tenés ropa de mujer”. Y sonrió como una nenita. “Montate ya”, le dije. Tardó una hora y diez en montarse, toda divina. Yo, mientras se montaba, le pasé la pija por todos lados. Por los hombros, por la boca, por la espalda, me la chupaba, nos dábamos besos, seguía montándose y cogimos divino solamente en el comedor, me encantó, después nunca más lo vi.

Estoy nadando en esa pecera, me estoy llenando de Peña y de La Mega y quiero más, ninfomanía insatisfecha. Me río, lo miro, me mira desde el espejo. Pido más y mil historias más, que empiece de nuevo. Y me da más.

-Te cuento mi otro cuento. Un día estoy en Brasil en un boliche en San Pablo, se llamaba Rave. Y a mí me gustan los negritos chiquititos. Se me acerca un nenito, 18 o 19 años, rubiecito, lampiño, flaquito, sus bracitos eran mi dedo gordo del pie. Me lo recojo mal, mal. A él también le gustaba la historia de un papá. Nos vamos a dormir, me quedaban unas horas más antes de irme por American Airlines; paraba en el Hotel Plaza de San Pablo. A la mañana siguiente, borracho, drogado, no sé qué, empiezo a sentir una molestia en el culo. No podía identificar qué era, me voy despertando. El pendejo me estaba metiendo el dedo en el culo, pero así como diciendo “¿vos sos el que me cogió anoche?”. Me doy vuelta y le pregunto: “¿Por qué no me cogiste anoche?”. Y le hice la pasiva. ¡¡¡No sabes cómo me cogió!!! Bueno, eso para mí es un hombre, no el macho camionero que me harta, me harta. Ese hombre compañero, que disfruta, la maricona atrevida que es valiente. Aunque tenga la chota mínima ¡¡¡Esa que tiene actitud!!!

Pienso en lo que dice. Opino como opina.

Es veloz. De palabras como miles de alfileres que se te clavan uno a uno en los cachetes del culo. De no haber sido lo que es, podría haber sido rugbier, basquetbolista, serial killer, pero nunca muñeca de trapo.

-Hay putos más machos que un supuesto macho.

-Totalmente.

Marlene cuenta una anécdota, demostrando que nosotros somos pequeños mocos en este mundo pañuelo:

-Conocí a un chonguito tuyo. En Barracas, se lo levanta una amiga, Andrea, que vivía en un asentamiento del Pinedo y las vías. Ella me llama y me muestra la pija enorme de un chonguito muy particular, basero (fumaba pasta base), de barba de mucho tiempo hasta medio pecho, sin recortar. Nos contaba que su papá le pagaba el hotel a cambio de que se bañara. Decía que era chongo tuyo, que vos eras re piola, y yo lo empiezo a bardear para que hable mal de vos. Te re-defendía. Te mantenía en hombre. «Es hombre y es re piola”, el chabón insistía. Lo llevamos a la casa de una amiga y la historia termina con que las maricas se duermen y él nos afanó la video ¡¡¡que encima no era mía!!!

(Ya está jugosa la cosa; como me gusta: perversa, ágil y escatológica).

-Tengo varios de esos, dice La Mega.

-¿Tenés colección de chongos?

-Tengo un montón de taxis.

-¿Tenés taxis? ¿Pagás o te cogen gratis por ser La Mega?

-No, yo pago.

-¿Cuánto fue lo máximo que pagaste?

-Cuando era chico, algo así como mil dólares.

-¡¡¡Hija de puta!!!

No eran míos. Eran de un productor de teatro.

-¿Y que te dio por mil dólares?

-No era un gay, no era un puto. Ante la negativa, le dije: “Yo lo único que quiero es verte masturbándote desnudo y que me metas la pija entre las rodillas. Mirá una porno y yo acabo, va a tomar 30 minutos y yo te doy mil dólares”. Era un chongazo espectacular que vi a la salida del boliche y que no era puto de verdad. ¿Viste que una se da cuenta cuando alguien no lo es de verdad? Le insistí y él no quería, “te doy mil dólares y tatatata…”. Y al final por la plata agarró.

-Y cuando agarrás un taxi, ¿cómo medís el dinero? ¿Qué se hace por cuánto dinero? Hay algunos que te dicen: “Quiero 600 pesos”.

-No, más de cien no les pago, y a veces he pagado 80 y ellos quieren más que yo.

-Por poco tendrías que cobrarles vos a ellos.

-Sí, pero a mí me gusta pagar. No por una cuestión de poder ni nada. Ni me siento inferior, nada. Es una cuestión de control y de poder sacarlos (con la mano hace un chasquido, sugiere velocidad). Tipo “no me molestes más, acabá”. Cuando acaban, los saco. Marlene toma la posta y pregunta:

-¿Por tu relación con la fama deben querer seguir con algo más?

-Y lo hago cuando veo que son buena gente. Porque el tema es sutil, en la prostitución te hacés malo. No es que sos malo, yo creo que nadie es malo. De verdad, pero hay gente que tiene la maldad más a flor de piel que otra gente, y cuando le agregás el ingrediente de la prostitución, se hacen malos, se envician por lo malo, se inclinan por lo malo.

-¿Vos decís que la vida nos puede hacer malos? ¿La experiencia de vida?

—Sí, cuando uno no es inteligente, porque cuando uno la busca con el trabajo del cerebro, al resentimiento lo saca. El resentimiento es un sentimiento de mierda. Y hay algunos pobrecitos que no pueden. No pueden porque no son inteligentes. Yo cuando veo al malo, el aprovechedor, al oportunista, al ventajista, lo rajo (hace un chasquido de dedos).

-Lo olés.

-¡Ajá! —exclama y hace otro chasquido de dedos como diciendo: “che, escúchame, estás despedido”.

-Lo que sorprendió de ese chongo que estuvo contigo es cómo te defendió a capa y espada, yo te bardeaba para enojarlo. Y la contradicción en él es que te calificaba de “hombre”. ¡¡¡Se refería a tu hombría de bien!!! Le faltaba un lenguaje donde comprender “puto” como condición fuera de los calificativos peyorativos que socialmente tiene. “¿Cómo voy a ser amigo de un puto?”.

-Es que no tiene nada que ver si me trasvisto o no, así tenga un hueco grande como el planeta tierra. Para mí ser hombre no es ser macho, hombre en términos de raza, soy persona y es así.

Sin pedantería, soy una buena persona, sino no hubiera llegado a donde llegué. Estaría quemada en el ambiente, me habrían hecho una cama. Yo soy muy amigo de Fanny Mandelbaum, de gente que no se come ni la punta ¿entendés?. Y yo digo en la radio que tomo drogas y planteo todo mi ser.

-Eso te iba a preguntar: de lo que estamos hablando ¿todo se puede publicar?

-Todo. Yo no tengo off the record. Yo fui adicto cuando era chico, cuando tenía 16 años en Nueva York, y ser adicto es no poder dejar de tomar, no trabajar, robar. ¡¡¡Yo he robado miles de veces!!! Me hacía chupar la pija por viejos en un baldío, y cuando chupaban la pija los volteaba y les sacaba la plata. Y esto no lo cuento como un orgullo sino como algo que me pasó. Yo me he llegado a morder y rasguñar los cachetes hasta sangrar porque no tenía merca. ¿Qué quiero decir con esto? Que la merca es malísima; pero a mí me encanta. Bueno, por eso ustedes déjenme que yo haga lo que quiera. Con la merca, con el pucho, con

el pasto, con la comida, con el trabajo.

-Asumir.

-Eco, asumir, cargar con uno, yo me he drogado muchos años, a los 23 dije: “¡Chau!”. Ahora tomo de otro modo, sin hacerme el boludo —nariguetazo y trago.

Llama Moria Casán e interrumpe para disculparse porque se olvidó que tenían una conversación telefónica pautada para la radio.

-Moria me quiere y es profesional.

-Si no hubieras sido La Mega ¿qué mujer hubieras sido?

-Rafaela Carrá.

-Yo Angélica Houston.

-¡Me encanta! Román, tráeme la peluca de Lita.

Román dice que está en la peluquería.

-¿Y cuál tenés? —pregunta. Román trae una caja inmensa de pelucas. La Mega empieza a jugar con ellas (y nosotras también); locas entre esos bollos de pelos sintéticos, coloridos. Una marica que ve pelucón, se orina de la emoción.

-Bueno, Rafaela tuvo éxito, evolucionó y envejeció bien. ¿Vos como te ves a futuro?

-Muy bien, yo creo que me voy a operar y nadie se va a dar cuenta porque no voy a cambiar mis facciones; una estiradita, pero no esta nariz que tengo que es Peña. Esta boca finita de mujer poco apasionada es Peña ¿entendés?

-¿Y a nivel laboral?

-Lo mismo, lo mío es el teatro y lo que hago en el teatro, no es que soy nada más que travesti. Soy mucho más, ese es el tema. En un punto no me siento ni hombre, ni mujer, ni puto, ni travesti, ni nada. Me siento Peña. Que soy esta persona que te habla con esta voz descangayada.

-Y eso se nota. En radio, en teatro, en la calle… sos Peña.

Queda frente al espejo mirándose con una de las tantas pelucas y mirándome desde su reflejo. Pregunta:

-Soy bonita ¿no?

La garúa seguía insistiendo con convertirme el pelo en un nido de caranchos violados. Salí a la calle, respiré profundo: en cinco aspiro —en cinco retengo— en diez exhalo. No tenía paraguas, odio los paraguas y más odio a la gente que los usa. Caminé relajada bajo la lluvia. iba a ser un buen día. Cuando el cielo está nublado, hay que buscar otros cielos con soles.

“Así la ví yo”

Fernando es un enjambre de sensaciones y personajes. Nunca me sentí a solas con La Mega, para eso tendríamos que haber llegado al teatro el mismo día de la entrevista y en compañía de Naty. Yo había comenzado ya antes, en una previa con él en la radio. Allí surgieron cosas que me provocaron la sensación de que muchas de las preguntas se habían clausurado. Una persona que se siente travesti y que entra y sale de allí; una persona que reconoce demasiado fuerte la raíz del hombre del que no puede deshacerse y remite a ese hombre a la mera portación de un pene: ¿es imposible des-configurar el cuerpo? ¿Es tan difícil des-identifi- carse? ¿Puede sentirse cómodo/a en el tránsito pleno y pararse con orgullo? Luego del encuentro terminé quitándome ciertos pre­juicios que sé que en mi comunidad están más enraizados. Para las travestis: “sin tetas no eres travesti”. Sin aceptar la identidad a fuerza de la transformación corporal de 24 horas, no lo eres. Fernando me habló con total legitimidad de las travestis de otro tiempo: ¿cómo sostenerse sin descanso?. ¿Sin dejarse abandonar en el mundo de una manera mas digerible? ¿Sin ir a la panadería con un disfraz legal de hombre para regresar con el pan a tomar mate? Desgrabando el material había tomado la decisión de cam­biar los artículos masculinos al femenino, reformular el diálogo hacia un discurso digerible y políticamente correcto. Pero luego cambié de idea. El divo nunca nos masculinizó en la entrevista. Ni a Naty, ni a mí. Ni a La Mega. Ella es femenina, y entendí que Peña transita de su mundo interno a este otro en el que no tiene una lógica habilitada para explicarnos. Así entonces encontrarán que he respetado en absoluto su discurso, esfuercénse ahora por comprender en él lo que es obvio. Yo terminé de comprenderlo en su propuesta escénica. Allí La Mega es —sin importar su género travesti— una persona ante la necesidad de amor y de vínculos sanos. Allí, las fronteras estallan y el des-amor ve su raíz social: su discurso pierde el impedimento de expresarse en el lenguaje hegemónico. Su arte expresa una condición humana neutra, pero su genio escogió la radicalidad de La Mega para interpelarnos e interpelarse sobre la construcción de otredades monstruosas. ¿Por qué cuando intento ahondar en él, La Mega se va y es Peña quien aparece para decirme: “Vamos a ponernos serios”? Lo hombre, lo serio, no está en La Mega. Pero se contradice concediéndome seriedad a mí, a la no-hombre. Yo me siento así descalificada y ascendida a la vez, pero esos movimientos me duelen y me suenan contradictorios. La Mega, las mujeres, las maricas, las pasivas, las travas, las lesbianas, las niñas, las bisexuales, todas las no-hombres, me duelen. Y me duele ser ascendida y aceptar supuestamente ese juego macabro de que haya tontas no por tontas sino por no-hombres.