Jaleo en el “Gallinero”

Por Malva

Sucedió durante la década del `70, cuando un famoso cantautor español volvía al país para presentar su obra en el Teatro Avenida. Desde las gradas, la comunidad trans lo esperó y esperó ansiosamente, sin saber que esa noche iba a terminar todo en un verdadero disloque.

Corría el año 1974. El ambiente mariconil porteño se encontró de pronto envuelto por un acontecimiento artístico de gran relieve por la “reentré” en el conocido teatro Avenida de un famoso “cantaor español”, expulsado tiempo antes del país por el gobierno del general Ramírez.

            Tal “cantor” había sido traído de México, país donde recaló después de ser “echado” sin contemplaciones de su propia patria, la España franquista.  

            El color político de este genial artista lo hizo más llamativo para el gusto del público, y fueron pocos los que se resistieron a presenciar sus “galas”. Es mucho el público que esa noche está ávido por ingresar a ese famoso teatro dedicado a difundir el arte español.

Esa noche es especial, pues son muchas las personalidades que se hacen presente en la “reentré” de este particular artista, dispuestas a escuchar de sus labios la “Vien Pagá” y “Ojos verdes”, temas que él sólo puede hacer por su ductilidad escénica natural y su entrega total con el personaje de la canción.

Como ya puntualicé, había gente importante ocupando los palcos. Se comentó de inmediato que en uno de ellos estaba presente Juancito Duarte, hermano de la “señora” y la actriz Elina Colomer.

¿Quién fue aquel que no sintió la tentación de ver y escuchar, aunque fuera sólo una vez el encanto interpretativo de este “diferente español” que hizo del cante jondo una delicia? Nadie, sinceramente nadie, y en ese nadie estuvimos nosotros, los diferentes locales.

            Pues bien, con una medida de precaución, evitamos ingresar a la platea alta y baja por temor a que la policía nos descubriera y detuviera. Decidimos ocupar a pleno el clásico del “gallinero” que nos resultaba más seguro y barato. Las gradas delanteras del sitio mencionado, estuvieron esta vez ocupadas por decenas de putos dispuestos a gozar del despliegue escenográfico y del colorido del vestuario, sobre todo de las famosas blusas que marcaron el “hito” en la moda local.

            ¿Quien no se disfrazó de “fulano de tal” en los carnavales porteños, quién no canturreó alguna vez una estrofa con sabor a España? Sin caer en la exageración, todo el mundo se dejó llevar por una nueva moda establecida a raíz de la aparición en el firmamento musical de Bs. As. y de las grandes ciudades, del distinto modo de interpretar el cancionero español. Y el propulsor de esta variante fue este “cantaor especial”.

            En mi opinión, tanto su voz como su baile no fueron de un gran relieve, pero su personal estilo fue el “icono” de una distinta modalidad en el cantejón, que se mantuvo por varios años.

Muchas fueron los que trataron de imitarlo, y muchas también las repentinas apariciones de falsos copleros flamencos que brotaron como hongos después de una lluvia. Todos querían ser o parecerse a él, pero nunca lo lograron. Para mi gusto sólo tres poseyeron la virtud natural del cancionero español, y tuve el gusto de gozarlos. Una fue Conchita Piquer, el otro fue Miguel de Molina y la última Lola Flores. Es mi apreciación.

            Una vez ingresado todo el mariconaje al gallinero de ese famoso teatro, yo en particular intuí que en esa gala algo iba a suceder. Motivó esa percepción el hecho que entre los concurrentes estaba “ella”, la muy conocida Loto Verde, una marica famosa por su belleza y desenfado. En ocasiones, le huíamos espantados por los arranques histéricos y escandalosos, que nos ponían al borde de la comisaría.

            De a poco, la capacidad del teatro se va colmando de espectadores, todos predispuestos a escuchar y aplaudir al personaje en cuestión.

Decía que en la primera fila del gallinero estaba ubicada Loto Verde. Ninguno de nosotros, los especiales, imaginamos lo que a continuación haría este puto loco en un rincón del “paraíso” (para nosotros el gallinero).

            Como ya puntualicé, había gente importante ocupando los palcos. Se comentó de inmediato que en uno de ellos estaba presente Juancito Duarte, hermano de la “señora” y actriz Elina Colomer.

Sinceramente desde tan arriba no se podía constatar dicha presencia. Pero el caso fue que tal comentario “revoloteó” en el mariconaje ahí presente, posibilitando el alboroto que protagonizó Loto Verde buscando su suceso ni mas ni menos que cuando empezó la función. Primero el ballet de la casa, en el que casualmente dos bois maricas eran conocidas nuestras. Una fue Tcuam en alusión a la ciudad de Tacuarembó (Uruguay) de donde era oriunda. La otra fue Teté de Lanús. Aclaro que la mayoría de los bois eran carrilches. Después vino la actuación de algunas parejas de baile y cómicos monologuistas, arrancando aplausos de aprobación. Hasta que aparecía él, un verdadero señorito del escenario, que en esa ocasión nos deleitó con la interpretación hasta hoy no igualada de la “Vien Paga” y “Ojos verdes”. Los aplausos junto a los “bravo, bravo, bravo” eran verdaderamente rugidos de entusiasmo: lo aclamaron de pie. Acto seguido, se presentó un cuadro de alegorías alusiva a un determinado lugar de España (este cuadro se refería a la historia de un muchacho sevillano, hijo de un matador llamado “El Espartero”). Y nuevamente apareció el polémico famoso “cantaor” luciendo una de sus blusas que marcaron una época.

            Fue tanto el entusiasmo del público, que en primera instancia no se había percatado del revuelo generado en el gallinero del teatro.

            Loto Verde se había vestido de la cintura hacia arriba de “bailarina flamenca”. La cabeza de este maricón lucía un pelucón negro adornado con una gran peineta, del que colgaba una especie de mantilla que le llegaba hasta la cadera, mientras que de sus orejas colgaban caravanas con lentejuelas. Con gran garbo, su mano derecha agitaba un vistoso abanico, mientras que su izquierda hacía sonar una castañuela.

            Fue tanto el alboroto por no decir puterío que se armó en el gallinero, que el público de abajo obligadamente se levantó de sus butacas para ver qué corno pasaba en el paraíso.

            Entre la sorpresa y las risas nos miraban y nos miraban, olvidando por completo al cantaor que continuaba con el cuadro alegórico, pero muerto de risa. Todos los maricones que ahí estábamos, nos dejamos llevar por este verdadero jaleo que más que jaleo fue un verdadero disloque.

            Algunas mariquitas provistas de castañuelas hasta hacían sonar entre “palmas y olés”. Este desvarío artístico duró segundos, minutos, no tuvimos conciencia del tiempo transcurrido. De verdad, estábamos entregados. ¡Viva el puterío!, gritaron algunas locas. Hasta que alguien alertó… ¡¡¡La policía!!!… El desbande de maricones no se hizo esperar. Las puertas de acceso a la gradería estaban copadas de hombres vestidos de azul y mangones blancos. Las corridas a la pesca de maricones dentro del gallinero fue cuasi cómico. Las puteadas venían de todos lados. ¡Soltame pajero!, llama una carrilche que se resistía a ser detenida… ¡Yo te voy a dar marica de mierda hacerte la loca!, le decía un policía a un mariconcito que lo insultaba mientras le colocaba las “esposas”.

            Todas estas escenas fueron para mí como “flash” de segundos, pues mi primer acto impulsado por el instinto de preservación fue escapar rápidamente. Antes de emprender la huida alcancé a ver a Loto Verde que miraba para todos lados como buscando la manera de desaparecer. Me dí cuenta que estaba encaramada sobre la baranda con una pierna dentro de las gradas y la otra sobre el vacío, con la clara intención de tirarse a la platea. Situación que fue evitada por algunos espectadores que nada tenían que ver con nosotros, quienes la disuadieron a no hacerlo, por cuanto corría el riesgo de caer sobre las butacas y desnucarse. De este detalle solidario me enteré al otro día. Felizmente pude escapar rápidamente, ya que logré zafar de los brazos de un taquero apretándole fuertemente con la mano los huevos, hasta que por el dolor tuvo que soltarme.

            Bajé los escalones de tres en tres, prácticamente volaba. Al ganar la calle vi que a un furgón policial metían a los putos sin miramientos, “como si fueran bolsas de papas”. Debo decir que en un segundo me hice humo, desaparecí como la luz “mala”… La verdad que tuve suerte.

            Días después, tuve la noticia que más de veinte carrilches fueron a parar al departamento policial, todas arrestadas por treinta días por escandalosas. Nadie podía creer que a la promotora de semejante puterío, o sea Loto, nada le pasó. Ni fue al hospital por posibles escoriaciones ni tampoco a Devoto. (Se comentaba en los corillos mariconiles que Loto Verde, era hijo de un comisario de zona en situación de retiro, relacionado con cierta esfera política y este hecho le dio a este maricón cierta impunidad policial. La pauta mas elocuente fue que en este caso bien cabía la figura de desorden público seguido de desacato ante la policía. Nada de eso sucedió. Se comentó a su vez que por el hecho de estar presente en la sala Juancito Duarte la prensa no se hizo eco de este desorden promovido por las carrilches. Todo se limitó a solo treinta días de arresto.)

            Debo agregar como una detalle final, que al salir a la calle escapando de la sidiclre observé que los ocasionales transeúntes miraban atónitos el proceder policial para con los maricones detenidos. Automáticamente comenzaron las puteadas en contra de ellos… !Hijos de puta! ¡Dejen a esos pobres maricones! ¡Agarren chorros taqueros coimeros! La policía nada, continuó con la tarea de meter putos dentro del carromato.

            Esto lo viví en el año ’47.

            A modo de anécdota referente a este “cantaor”, cabe agregar que en la ocasión de su deportación del país por un general estuvo previamente detenido en la cárcel de Villa Devoto, en el entrepiso noveno. En ese momento era tal su popularidad, que de inmediato el ingenio popular se hizo escuchar por intermedio de una popular copla, cuya música respondía a una conocida “seguidilla” llamada “La niña de la ventera”. La letra fue la siguiente:

                                 Que tendrá Molina que esta en Devoto.

                                  El traje a rayas y el culo roto.

                                   “     “   “     “    “   “   “      “  

                                   “     “   “     “    “   “   “      “  

                                  Su madre le ha regalao, un culo para cagar.

                                  Pero el hijo de puta lo usa para culiar…

            De esta manera expresó la gente común lo que ya sabía de este “cantaor”, en cuanto a la condición personal. La intencionalidad de este estribillo vaya a saber cuál fue. Si obedeció a su demostración de burla ante la desgracia que lo afectaba o una demostración de adhesión como producto de su popularidad. El caso fue que estos versos recorrieron todo el país.

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